Por último, es importante discutir el impacto que ha tenido sobre la capacidad de crítica del periodismo el cambio en las estructuras empresariales de los medios. Como se señaló antes, prácticamente toda la prensa colombiana, en Bogotá o en las demás capitales, adoptó, durante la primera mitad del siglo XX , la forma de empresas familiares. El efecto de esta estructura fue permitir a los medios definir y desarrollar sus orientaciones políticas y sus criterios informativos con unos niveles razonables de independencia del gobierno y del poder de los empresarios. Es cierto que se trató de una prensa políticamente comprometida, que este compromiso le daba un sesgo muy grande a sus comentarios editoriales y de opinión y que la información política se seleccionaba y presentaba con indudable parcialidad. En épocas de gran conflicto político, como 1934-36 o 1944-1952, el carácter unilateral de la información política se acentuaba, y adquiría rasgos agresivos en algunos de los periódicos. Pero la multiplicidad de periódicos de perspectivas encontradas ofrecía una opción de pluralismo informativo, y algunos periódicos, en la medida en que se consolidaba un público lector más sofisticado, encontraban que la moderación y el cuidado informativo producían resultados. En el plazo largo, los periódicos que terminaron dominando los mercados de Bogotá, Medellín o Cali, por ejemplo, fueron aquellos que lograron hacer compatible el sesgo partidista con rasgos de pluralismo informativo y con una calidad informativa más alta que la de los otros periódicos.
A partir de 1930 un nuevo medio hizo su aparición: la radio. Varias emisoras comenzaron a trasmitir eventos políticos, incluso discursos completos, durante varias horas, de los políticos más populares, y a producir “radio-periódicos” y programas de opinión y comentario, que duplicaban los formatos favoritos de la prensa. La consolidación gradual de emisoras privadas en grandes cadenas (Caracol, RCN y Todelar) abrió el camino a una programación nacional y a un fortalecimiento del impacto de la radio, que se fue haciendo más claro después de 1960. Por otra parte, desde 1954 comenzó la televisión, inicialmente oficial, pero abierta desde temprano a empresas privadas de programación. La televisión y la radio, que podían captar la atención de un público muy amplio, en contraste con el carácter muy minoritario de los periódicos, y que ofrecían alternativas de entretenimiento más variadas, empezaron a convertirse en una competencia importante para los periódicos, sobre todo en la medida en que la publicidad se había ido convirtiendo en la fuente principal de financiación de todos los medios.
En efecto, los ingresos derivados de la venta del periódico, que eran parte esencial de la salud financiera de los periódicos, y que se apoyaban en un público cuya fidelidad provenía de la afinidad política y de un juicio sobre la calidad del medio, fueron perdiendo importancia ante la posibilidad de tratar a los lectores ante todo como consumidores: desde el punto de vista económico, el lector es ante todo el objeto de una publicidad que es ahora la que produce la mayor parte de los ingresos. La urbanización acelerada del país a partir de 1930 abrió el camino a públicos nuevos, más numerosos y con una pasión política menos intensa. Para atraer estos públicos nuevos, y en un ambiente en el que la radio y la televisión se mostraban muy aptos para capturar masas de población poco tiempo antes analfabetas, los periódicos se fueron transformando gradualmente. Muchos desaparecieron en el proceso, y los que sobrevivieron, casi siempre sobre la base de un monopolio local, unieron a su información política, algo menos sujeta a sesgos partidistas, una información cada vez mayor sobre áreas como el deporte, la moda o la vida cotidiana, y desarrollaron una miscelánea de secciones más recreativas que informativas. Estos periódicos, que siguen siendo en su casi totalidad propiedad de empresas familiares, aunque ahora mucho más poderosas y ricas, se vieron pues obligados a competir con la radio y la televisión en el campo del entretenimiento, reduciendo el papel de la información y de la expresión de opiniones en el conjunto del medio.
Además, radio y televisión, en forma recíproca, empezaron a competir cada vez más con la función informativa de los periódicos. Los noticieros de televisión adquirieron importancia desde la década del sesenta, por lo menos para el amplio segmento de usuarios que no estaba interesado en una información muy variada y amplia. Y desde los ochentas, la radio aumentó aceleradamente su atención a este campo, desarrollando a lo largo de la década formatos más o menos novedosos, con un volumen de información creciente y de muy variado carácter, entrevistas llamativas, campañas cívicas, propaganda encubierta, etc. Estas mezclas de información, entretenimiento y seducción al consumidor resultaron muy exitosas y capturaron segmentos cada vez mayor del público. En este contexto, radio, televisión y prensa han ido borrando, en el marco de un mercado que premia sobre todo los altos volúmenes de audiencia o lectura, las diferencias entre información, opinión y entretenimiento. El impacto sobre la calidad de la información que recibe la sociedad ha sido muy debatido: el tiempo y el espacio para ofrecer un adecuado contexto a la noticia se reduce y noticias e informes “light” desplazan las informaciónes en profundidad, la provisión de contexto a las noticias o el comentario analítico.
La radio y la televisión, desde el punto de vista de la libertad de expresión, han estado sometidas a un régimen diferente al de la prensa. En efecto, el estado se ha apoyado en la ficción jurídica de que es el propietario del espectro electromagnético por parte suya para sostener que los medios impresos se pueden crear libremente y actúan protegidos por la libertad de expresión, mientras que el acceso de los particulares a la radio y la televisión es el resultado de una concesión graciosa del propietario del espectro electromagnético, que puede reglamentar su uso y someterlo a las restricciones que considere adecuadas. Sin embargo, aunque no existían bases jurídicas para limitar la capacidad de regulación del Estado, la regulación de estos medios fue moderada, y usualmente dejó un espacio amplio a la libertad de los periodistas. Esto muestra hasta donde el país ha encontrado, en los últimos 50 años, inaceptable el uso del poder estatal para regular los medios: así fuera jurídicamente viable, políticamente era difícil ir más allá de algunas normas fácilmente defendibles, como las que prohibían por ejemplo a los noticieros entrevistas guerrilleros o delincuentes, y que, aunque no se derogaran, dejaban en general de aplicarse rápidamente.
La constitución de 1991 cambió en alguna medida la base jurídica de esta diferenciación, pues la prohibición de censura no establece diferencia alguna, y no hay en la constitución bases para pensar que se quería mantener esta diferenciación, al menos con lo que tiene que ver con la libertad de los medios de comunicación periodística. Podría pensarse que el hecho de que la constitución garantizara, sin establecer distinción alguna, la “libertad de fundar medios masivos de comunicación” garantiza al derecho a fundar medios masivos de comunicación radiales, televisivos o en redes como Internet. Sin embargo, una sentencia de la Corte Constitucional reiteró el principio de que la libertad de crear medios de comunicación no se podía extender a la radio y la televisión, argumentando el carácter público del espectro electromagnético (T-081 de 1993) y el hecho de que las telecomunicaciones han sido definidas por la ley como un servicio público. De este modo, se mantiene una situación en la que el estado reivindica la propiedad del “espectro electromagnético”, (redefinido para incluir tecnologías como las de cable óptico), pero cede su uso en concesión a un conjunto limitado, y de hecho cada vez más oligopólico, de operadores privados.
En efecto, la radio y la televisión cambiaron substancialmente su estructura de propiedad en las últimas tres décadas y de cadenas radiales conformadas por emisoras locales, se convirtieron en grandes cadenas controladas por los principales grupos económicos del país. Caracol fue, desde mediados de la década de 1970, propiedad del grupo Santodomingo, mientras que RCN es propiedad del grupo Ardila. Desde 1998 estas dos cadenas radiales adquirieron el control de los principales canales de televisión. En 2003 el grupo Santodomingo vendió a la empresa española de medios Prisa la cadena radial CARACOL, en lo que hasta ahora es la única adquisición importante de medios por parte de inversionistas extranjeros. En el mundo de la prensa, El Espectador, derrotado por El Tiempo en su competencia por el mercado bogotano y muy debilitado, fue el primer periódico familiar que terminó en manos de los grandes grupos económicos, al ser vendido al mismo grupo Santodomingo, que no ha logrado recuperar ni su circulación ni sus finanzas. Por otra parte, algunos de los periódicos regionales han cambiado de dueño, y se ha esbozado una tendencia a la formación de cadenas en las que un periódico es dueño de medios en varias ciudades: el caso de Vanguardia Liberal, de Bucaramanga, dueño de La Tarde de Pereira y de otros periódicos regionales, es sin duda el más significativo.
Hoy casi todos los medios hacen parte de conglomerados económicos, aunque algunos, como El Tiempo, se han mantenido casi totalmente dentro del ámbito de los mismos medios de comunicación, pero han diversificado sus áreas de acción a una combinación de prensa, radio, edición general, televisión recreativa e Internet; otros medios hacen parte de grupos que tienen intereses en todas las áreas de la producción nacional. [Semana es un grupo editorial: ha diversificado, como el Tiempo, sus productos, buscando diferentes audiencias, mediante la publicación de varias revistas]. Hacer parte de un grupo económico con intereses en otras áreas, aunque les da fortaleza como empresas, los vuelve vulnerables en términos de calidad e independencia.
Sin embargo, estos cambios no han tenido hasta ahora un efecto significativo sobre la conducta de los medios, aunque no faltan señales menores de conflicto o colusión entre la política informativa y los intereses generales de los grupos económicos propietarios de los medios. En el terreno de las relaciones con el gobierno, ha habido algunas muestras preocupantes de interferencia de los propietarios con las políticas editoriales. En efecto, los grandes grupos consideran esencial mantener una relación amistosa con los gobiernos, y están menos dispuestos que los periódicos familiares a permitir que sus periódicos adopten posiciones muy críticas. Por otra parte, a veces la información que publican en relación con sus propias empresas está sesgada por intereses comerciales más que por estrictos criterios de balance informativo, de manera que se hace un eco anómalo a las acciones de las propias empresas, o se ocultan sus dificultades y problemas de servicio y se inflan sus resultados y perspectivas.
La pertenencia a un grupo empresarial que más que un compromiso con el periodismo tiene una visión de rentabilidad, puede someter los medios a obligaciones y presiones que restringen sus perspectivas y opciones. La obligación de obtener un determinado nivel de circulación o audiencia produce un ambiente de decisiones empresariales en el que la prensa publica lo que cree que vende, y mira con temor excesivo lo que puede afectar su relación con un grupo de lectores, lo que contribuye a que la prensa pierda decisión y carácter, y busque una línea informativa que no incomode a los lectores, blanda y neutral, o a que subsuma la función de información y opinión bajo formatos de entretenimiento. Una posición como la del fundador de El Tiempo, Eduardo Santos, suena ya totalmente anacrónica:
“Cuando me consagré al periodismo sentí que tenía la obligación ética de abstenerme de toda clase de negocios, de no participar en ninguna otra empresa, de no hacer nada que pudiera limitar la independencia de mi periódico. Quise que en él se pudiera escribir sobre toda clase de asuntos sin que pudiera nadie decir que el propio interés inspiraba esos escritos...Se me propuso también,,, adquirir estaciones de radio.,.. Todo eso lo rechacé porque he considerado siempre las cadenas de periodismo y el monopolio de la publicidad, por prensa y por radio, como cosa odiosa y contraria a lo que reclama la libertad de los escritores...”
Pero aún después del proceso que ha llevado a una especie de oligopolio de tres grandes grupos en radio y televisión, la dispersión de los medios sigue siendo alta. En televisión, el Estado mantiene varios canales de televisión nacionales y regionales; en radio, la competencia entre los tres grupos principales es muy intensa. La situación de la prensa es más compleja. En Bogotá, El Tiempo ha consolidado una posición de dominio muy fuerte, y los demás periódicos existen en nichos muy reducidos o sin influencia. Prácticamente solo sobreviven todavía un periódico económico y un diario popular, y en ambos casos El Tiempo creó en los últimos años nuevos medios destinados a competir por estos nichos. En Medellín, El Colombiano tiene una circulación mucho mayor a la de su único competidor. En Cali El País es también dominante y lo mismo ocurre en casi todas las ciudades.
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